viernes, 25 de febrero de 2011

El dios de la lluvia

Aquí Mike, reportándome de nuevo...

El fin de semana pasado (y un poco esta semana) le ayudé a mi papá a crear su blog. Las aventuras y sugerencias de mi papá para hacer su blog, merecen por si solas una entrada acerca de cómo nuestros papás afrentan los cambios tecnológicos. Mis papás, por lo menos, tienen historias graciosas que contar al respecto.

El blog de mi papá ya comenzó a mostrar sus primeros artículos (ayer) y lo pueden ver en la liga http://ideasciviles.blogspot.com

En estos momentos mi papá está escribiendo artículos de crítica hacia los políticos de México y de justicia social. No es el blog donde encontrarás chistes (todavía), pero ya vi los escritos de la próxima semana y van a estar interesantes, si tienen tiempo de leerlos, se los recomiendo.

También mi papá me compartió un cuento corto de su libro "Reflexiona con alegría" titulado, al igual que este artículo, "El dios de la lluvia". Los comparto para que conozcan el estilo de mi papá. Si les gusta, pueden compartir el cuento o visitar su blog.

Espero les guste:


EL DIOS DE LA LLUVIA   

Había un monolito en medio de una pradera. Todo allí era un paraíso. La piedra no tenía forma humana alguna, pero se sabía que era el “dios de la lluvia” para antiguas culturas que habitaron esos lugares. Dicen que era muy efectivo para hacer llover, siempre y cuando se realizara un baile alrededor del monolito. De este modo había grandes y abundantes cosechas.

Pero después el “dios” quiso jugar con los humanos y les puso de condición que la danza ritual para hacer llover tenía que ser ridícula. Entre más ridícula y grotesca fuera la danza, era más fácil que el “dios accediera” hacer llover. Al principio con cualquier danza medianamente ridícula llovía de inmediato, pero después el “dios” se hizo cada vez más y más exigente teniendo que danzar y gesticular los brujos o la gente corriente con exageradas posiciones y grotescas gesticulaciones, pero el “dios” muy exigente no hacía llover. Hasta el día de ayer, sólo quedaba el monolito en medio del desierto.

Del paraíso que había,  ni el recuerdo.

Un día, pasaba por allí un motociclista solitario con su casco negro con mica polarizada, lentes de piloto aviador, guantes negros de cuero, chamarra negra de cuero, botas del mismo material que le llegaban hasta la rodilla y pantalón azul de mezclilla doblado hacia arriba cerca del tobillo. Quiso descansar a la sombra del monolito. Se orinó en la base de la enorme piedra, escupió un trago de jugo que se había echado a perder sobre lo alto del monumento. Se acostó y durmiéndose de inmediato roncó escandalosamente, hasta que un poco de saliva se le fue por el camino equivocado y le hizo ponerse azul, gris, colorado y toser entre asfixia desesperante y escupitajos para esclarecer la garganta, hasta vomitar la comida que acaba de comer. Después se montó en su caballo de hierro, haciendo rechinar las llantas y provocando explosiones abriendo y cerrando el switch de encendido, se puso a dar veloces vueltas alrededor del monolito.

Detuvo su moto y cuando ya se preparaba para partir, se cae de la “Arlei” convulsionando. Presentó las conocidas contracciones tónico-clónicas, espumarajos, mordedura de lengua y sangrado por la boca, haciendo guiños con los ojos y señas malditas con los brazos y piernas difíciles de describir.

El “dios de la lluvia” al ver todo eso se murió de la risa y aún hoy no acaba de llover en el Océano Pacífico.

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